Historia

Conmemorando 71 años de «La masacre de El Número»

En la cabina del camión de Porfirio Ernesto “Prim” ese 1 de junio, 1950 iban dos choferes (Juan Rosario y “Califón”) y el propio Porfirio Ernesto. Encima de la cama del camión iban tres ayudantes conocidos como “Los Cibaeños”, una mujer embarazada a quien por su tamaño le decían  «La cosita» y el comerciante de pollos Zenón Alcántara. El camión siempre viajaba por la misma ruta por lo que fue fácil  planear el crimen.

Porfirio Ernesto «Prim» fue ultimado a balazos, seis pasajeros fueron asesinados a garrotazos por un comando militar y luego sus cuerpos fueron lanzados dentro del camión por un despeñadero conocido como «El Número». Como el camión se atascó y no cayó al fondo, se vieron obligados a incendiarlo para encubrir cualquier evidencia de asesinato. El séptimo, el chofer Juan Rosario, sobrevivió porque se hizo pasar por muerto. A pesar de sus serias heridas de quemadura y hematomas, éste logró caminar unos ocho kilómetros. Luego, fue recogido por un samaritano transportista que lo llevó al hospital de Baní donde Juan describió la emboscada, los garrotazos, el fuego y las súplicas de la mujer repetidas veces a las enfermeras, doctores y después al propio hermano de Porfirio Ernesto, el Dr. Víctor Manuel Ramírez Alcántara. Horas después, el chofer Juan Rosario fue asesinado de noche en el propio hospital por unos desconocidos.

Como si fuera poco, también asesinaron a otro testigo que se atrevió a confesar. El historiador Santiago Estrella Veloz nos relata:

«El doctor Ramírez Alcántara tuvo que tomar el camino del exilio. Sin embargo, antes de eso y cinco días después del crímen, a su consultorio se presentó el sargento de la Policía Alejandro Méndez, quien le contó con detalles todos los pormenores del asesinato de Prim y sus compañeros, detalles que conocía perfectamente pues había recibido una orden del coronel Teodoro Noboa Martínez de participar en una «misión especial» con miembros del Ejército.

«Horas después de su encuentro con el doctor Ramírez Alcántara, el sargento Méndez fue arrestado y trasladado al Palacio de la Policía, en Ciudad Trujillo. Esa misma noche entregaron el cadáver a su esposa, a quien comunicaron que el sargento se había ahorcado».

Pero aun no termina esta secuela de muertes. En su libro Trujillo: La herencia del Caudillo (págs. 152-153), el ex-jefe del SIM región norte, Victor A. Peña Rivera, también relata esta masacre y contribuye con un detalle interesante. La mujer que iba en la cama del camión estaba embarazada y era esposa de un sargento de la policía destacado en San Juan de la Maguana:

“Para evitar complicaciones el jefe inmediato de ese policía recibió órdenes de arrestarlo incomunicado. Y luego decidieron ponerle una inyección de veneno, explicando que se había muerto del corazón. Este sargento llevaba muchos años en la policía, era un leal servidor y su hoja de servicios era excelente”.

Debido a que se trata de una vil masacre de siete personas (incluyendo a una mujer) más el asesinato de dos testigos y un asesinato como secuela, decidimos incluir más abajo el relato detallado que hace Juan Bosch sobre este acto canallesco bajo el titulo de Una orgía de sangre en la tierra de Trujillo, escrito el mismo año en que ocurrió la masacre.

¿Qué motivó esta sanguinaria acción premeditada y bien coordinada en contra de Porfirio Ernesto Ramírez Alcántara en que también eliminaron a los siete testigos más a un militar y un policia?

El hermano de Porfirio Ernesto, el general Miguel A. Ramirez Alcántara, se habia hecho enemigo de Trujillo desde 1930. En la expedición de Cayo Confites de 1947, fue el comandante de uno de los batallones, aunque esta invasión fue abortada por traición. También acaudilló, junto al general Juancito Rodríguez, la expedición de Luperón. Su hermana Cristina, quien vivía en Nueva York, también era enemiga jurada del dictador. Miguel A. Ramírez además se destacó militarmente como miembro de la Legión del Caribe en la guerra civil costarricense, siendo general de las tropas de Figueres, un líder demócrata crítico de Trujillo.

Después de mudarse a EEUU, jugó un papel destacado entre el exilio dominicano. Por la compra de armas para una nueva acción militar contra Trujillo, fue condenado a prisión en EEUU. Todo esto fue más que suficiente para comprometer la vida de los hermanos que todavía vivían en Santo Domingo, Porfirio Ernesto apodado «Prim” y el Dr. Víctor Manuel Ramírez Alcántara. Prim era un próspero empresario transportista. Con la puntualidad que caracterizaba a la dictadura a la hora de eliminar a un inconveniente, su destino marcado por el delito imperdonable de llevar la misma sangre de un antitrujillista le llegó inexorablemente a Porfirio Ernesto. Poco después, el Dr. Víctor Manuel Ramírez Alcántara y varios miembros de esa familia se asilaron en diversas embajadas para salvar sus vidas.

También mataron a un cuarto hermano, a Ángel Darío Ramírez Alcántara (“Unito”), quien fue secuestrado y desaparecido en La Habana, Cuba (ver sección CRÍMENES III).

Como el profesor y escritor Juan Bosch nos relata en detalle este cobarde y sangriento caso en que quisieron simular un accidente en masa (ocho personas), remitimos al lector al artículo del profesor: Una orgía de sangre en la tierra de Trujillo.

El hecho de que tuvieran garrotes en las manos demuestra la intención desde el principio de simular un accidente (los golpes en el cuerpo serían debido a la caída por el precipicio). Esto es posible cuando a la víctima se le puede matar facilmente con unos cuantos garrotazos. Como Porfirio Ernesto era un hombre grande y fuerte, y como opuso formidable resistencia, la cantidad de golpes que habría recibido para poder doblegarlo sería inconsistente con los golpes por accidente. Probablemente por eso y porque para poder matarlo tendrían que darle muchos golpes más, decidieron ejecutarlo a tiros y por eso no arrojaron el cuerpo de Prim dentro del camión junto con los otros siete sino que tuvieron que desaparecer su cuerpo perforado de balas.

Los lectores deben recordar que durante la dictadura el pueblo dominicano estaba casi completamente desarmado. Las armas estaban completamente prohibidas y al que le descubrían un arma ilegal terminaba en un centro de tortura. Casi todos los militares y policías tenían que dejar el arma en los cuarteles cuando se iban a sus casas. Unicamente los oficiales de confianza de Trujillo podían llevar el arma las 24 horas. En cuanto a los militantes antitrujillistas, algunos lograban apoderarse de un arma con mucho trabajo y la mantenían bien escondida hasta el momento absolutamente necesario de usarla.

Por lo tanto, cuando la dictadura quería eliminar a alguien en la calle sin que se supiera que fueron esbirros del gobierno, recurrían principalmente a los garrotazos, a las cuchillas o la estrangulación porque muerte por disparo en un pueblo totalmente desarmado significaba necesariamente que murió a manos de militares. Cuando los mataban a tiros, entonces desaparecían el cuerpo, a menos que quisieran escarmentar a la población local.

Naturalmente, como siempre, si el pueblo se escandalizaba el Benefactor alegaba total inocencia respecto a lo ocurrido y prometía justicia pronta y segura. Repetimos lo que han señalado los que conocían muy bien la doblez natural del dictador. La simulación de Trujillo de estar totalmente al margen de estos asesinatos era conocida por todos los que lo rodeaban y por la población la cual estaba cansada de ver siempre el mismo melodrama de inocencia e indignación cuando no podian ocultar el crimen.

Ningún oficial de rango medio o alto que valorara su propia vida y que le tuviera alergia a las horripilantes torturas en su propio cuerpo iba a incurrir en una masacre de esta magnitud por su propia cuenta, sin la orden de la más alta jerarquía. Era plenamente conocida la facilidad con que Trujillo eliminaba a sus propios esbirros. Además, el hecho de que quien encabezó este comando criminal fue el propio jefe de la aviación militar y hombre de confianza de Trujillo, el Gral. Federico Fiallo, algo inusual, indica que la orden venía directamente desde muy arriba.

Como si lo anterior no bastara, también hay que remarcar que
esta masacre estuvo bien planeada pues de antemano la comandancia le había pedido a Porfirio (Prin) que transportara a unos ocho soldados, quienes serían sus propios asesinos (de él y de los siete pasajeros) y que los del comando en el jeep fueron preparados con garrotes para matarlos a palos y con esto poder simular un accidente. Además, había otros militares esperando de antemano en las alturas de “El Número” para ayudar con el montaje del “accidente”.

Siete asesinados para silenciar a los testigos y para que el accidente fuera creíble

Más un militar asesinado por hablar.
También el esposo de una de las victimas para que no investigara
Todo eso para poder matar a un solo hombre, a Porfirio Ernesto «Prim»

Sencillamente porque era hermano de un militante antitrujillista en el extranjero

Texto: Héroes del 30 de Mayo de 1961

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